Artículo de Antonia de la Torre
Valdés
Sacerdotes y magos, los chamanes tibetanos mantienen los
ritos funerarios y ceremonias de curación del alma descendientes de la antigua
religión del Bon
El Bon y el Bardo-Thodol, cuyo nombre significa «liberación
por entendimiento del plan que sigue a la muerte», es un tratado sobre la
muerte y su después.
Contiene una extraña mezcla de elementos tomados de
numerosas fuentes. Basta visitar los templos taoístas chinos o leer obras de
taoísmo para descubrir en ellas imágenes e ideas análogas a las presentadas en
el Bardo-Thodol. Lo que se ha tomado del tantrismo nepalense, de las teorías
idealistas de ciertas Escuelas filosóficas del Budismo mahayanista y hasta de
otras fuentes, forman en el Bardo-Thodol una extraña mezcla heterogénea que
destaca sobre todo en los tratados más voluminosos. Hay razones para creer que
el más antiguo origen del Bardo-Thodol se remonta a los fieles de la antigua
religión del Bon, y que sobre ese fondo fueron gradualmente superpuestas
nociones budistas.
Fue escrito en tiempos de Padmasambhava, en el siglo VIII.
Luego se perdió y fue encontrado por Rigzin de Karna Ling-Pa, considerado como
una emanación de Padmasambhava. Su uso generalizado en todo el Tíbet como
ritual funerario, y su aceptación por parte de todas las sectas, bajo versiones
variadas, testifican que fue obra de varias generaciones.
Buena parte del ritual funerario proviene de la religión del
Bon. Es costumbre ritual, tras una serie de ceremonias previas a la muerte,
construir una efigie del difunto, una vez que el cuerpo es llevado a los
funerales, y esta efigie se coloca en el mismo sitio que ocupó el cuerpo, y se
sigue con las ofrendas de alimento hasta finalizar los cuarenta y nueve días
del Bardo. Los lamas cantan día y noche para ayudar a que el espíritu alcance
el paraíso de Amithaba. Durante los cuarenta y nueve días, se lee el
Bardo-Thodol para acompañar al difunto en su viaje y visiones, al mismo tiempo
que se realiza toda una serie de ceremonias encaminadas al buen viaje del
difunto en el Más Allá.
El tema esencial del Bardo-Thodol es el concepto filosófico
de los idealistas mahayanistas, según el cual la «liberación» es un acto mental
que consiste en reconocer claramente que no hay otras ataduras que las que
tejemos nosotros mismos a nuestro alrededor; que los cielos, los infiernos, los
dioses y los demonios no son sino creaciones de nuestra imaginación.
La voz «chamán» viene del sánscrito shaman, y según
Blavatsky, «los shamanes o chamanes son una especie de sacerdotes magos o
sacerdotes hechiceros, sectarios de la antigua religión Bon del Tíbet. Se funda
el shamanismo en la creencia de que después de la muerte persiste la individualidad
del hombre, aunque se haya desprendido del cuerpo físico, y que sigue viviendo
en naturaleza espiritual.»
Los sacerdotes Bon-po no se diferencian en nada de los
verdaderos chamanes, incluso estaban divididos en Bon-po «blancos» y Bon-po
«negros»; aunque todos utilizaban el tambor para sus ritos. Algunos pretendían
estar «poseídos por los dioses». La mayoría practicaban el exorcismo. Algunos
de estos Bon-po se llamaban a sí mismos «los poseedores de la cuerda celeste».
Los «pawo» y los «nyen-jomo» son médiums, hombres y mujeres,
y son considerados por los budistas como representantes típicos del Bon. No
dependen de los monasterios bon de Sikkin ni de Butan, y parecen ser los
vestigios del Bon en su forma más antigua, no organizada, como existía antes de
que el «Bon blanco» se desarrollara según el ejemplo del Budismo. Parece que
llegan a ser poseídos por los espíritus de los muertos y que, durante su
trance, entran en comunicación con sus divinidades protectoras. En cuanto a los
médiums bon, una de sus funciones principales era servir de mensajeros
temporales de los espíritus de los muertos, que serían más tarde conducidos al
otro mundo.
De los chamanes Bon se dice que utilizan sus tambores como
vehículos que les permiten desplazarse por los aires. El vuelo de
Naro-bon-chung durante su torneo mágico con Milarepa es un ejemplo clásico. La
leyenda según la cual Gshen-rab-mi volaba sobre una gran rueda, ocupando la
parte central, mientras sus cuatro discípulos iban sentados sobre los ocho
rayos, bien puede representar un vestigio de una tradición semejante. Es
probable que originalmente el vehículo fuera el tambor chamánico, más tarde
reemplazado por la rueda, símbolo budista.
En la cura del chamán bon se efectúa una exploración del
alma del enfermo, técnica específicamente chamánica. Una ceremonia análoga
tiene lugar cuando el exorcista tibetano es llamado para curar a un enfermo y
lleva a cabo una búsqueda del alma del paciente.
Para hacer volver el alma del enfermo es necesario un ritual
extremadamente complicado que incluye objetos y efigies.
El Lamaísmo ha conservado íntegramente la tradición
chamánica de los Bon. Incluso los más famosos Maestros del Budismo tibetano se
supone que han efectuado curaciones dentro de la más pura tradición del
chamanismo.
Se conoce el papel que desempeñan los cráneos humanos y las
mujeres en las ceremonias lamaístas. El llamado baile del esqueleto goza de
especialísima importancia en las representaciones dramáticas que se conocen con
el nombre de tcham, y que tienen, entre otros fines, el de familiarizar a los
espectadores con las terribles imágenes de las divinidades protectoras que
surgen en estado de bardo, esto es, en un estado intermedio entre la muerte y
una nueva encarnación.
Volvemos a encontrarnos de nuevo con el libro tibetano de la
muerte o Bardo-Thodol, que según podemos apreciar tiene cierta estructura
chamánica, y aunque no se trata exactamente de un guía psicopompo, puede
compararse el papel del sacerdote que recita, en beneficio del difunto, unos
textos rituales acerca de los itinerarios post-mortem, con la función del
chamán que acompaña simbólicamente al muerto hasta el más allá.
Existe cierto parecido de estructura entre los ritos y los
mitos Bon-po y el chamanismo, y podemos comprobar la supervivencia de los temas
y de las técnicas chamánicas en el Budismo y el LLos Bons o Dugpas, llamados
también «Hermanos de la Sombra», conforman una secta del Tíbet vulgarmente
llamada «los bonetes rojos». Son tenidos como los más versados en hechicería.
Habitan el Tíbet occidental, el pequeño Tíbet y el Bhután. Todos ellos son
Tatrikas, y se supone que practican la peor forma de magia negra. Algunos
ritualistas que han visitado las fronteras del Tíbet confunden los ritos y
prácticas de los Dugpas con las creencias religiosas de los Lamas orientales,
los «bonetes amarillos» y sus Narjols u hombres santos.
El Dorje, arma o instrumento al que se le atribuye la virtud
oculta de repeler las influencias dañinas, purificando el aire, ha sido
empleado por los Bons o Dugpas para ciertos fines de magia negra, y para ellos
es como el doble triángulo invertido, el signo de la hechicería. En cambio,
para los «bonetes amarillos» o Gelugpas, es un símbolo de poder.
Según La Voz del Silencio:
Los discípulos pueden compararse a las cuerdas de la vina,
eco del alma; la humanidad a su caja armónica; la mano que la pulsa, al soplo
melodioso del gran alma del mundo. La cuerda que no responde a la pulsación del
Maestro, en dulce armonía con todas las demás, se rompe y se la arroja. Así
deben ser las mentes colectivas de los Lanus-Sravakas. Tienen que estar acordes
con la mente del Upadya, unificarse con la Super-Alma, o separarse de una vez.
Esto último es lo que hacen «Los Hermanos de la Sombra», los
destructores de sus almas, la espantable legión de los Dag-Dugpa.
Nada tienen que ver estos Bons o Dag-Dugpas con aquellos
practicantes del Bon, que sí veían la Unión en todas las cosas.
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