Que Padmasambhava emergiese en el mundo bajo
ocho formas distintas (en realidad, fueron más -por lo que la misma tradición
iconográfica y de textos sugiere) es una enseñanza en sí misma. Nos dice con la
claridad de la experiencia vivida que los grandes seres que han labrado su
presencia en nuestro mundo pueden ser lo que nosotros debemos ser -o por lo
menos, intentamos ir siendo: más de uno, muchos. Y que ser uno u otro de entre
los muchos que somos -o podemos ir siendo- debe ser siempre una función variable
al servicio de aquello que mayor bien puede hacer a los otros. Los otros no son
la humanidad en general o en abstracto, sino el individuo concreto que está
ahora ante nosotros. Es al servicio de la ampliación de su conciencia y de su
auténtica necesidad que debe nacer en cada uno uno distinto de entre los muchos
que también somos. Como Padmasambhava pudo ser feroz guerrero o docto erudito,
brujo oscuro y meditador excelso, así nosotros también debemos mostrar nuestros
múltiples rostros: guerrero ante el guerrero, si así nos entiende; erudito ante
el erudito para que pueda serlo o dejar de serlo; brujo y chamán ante el chamán
y el brujo; excelso entre los que aspiran a serlo... Para cada uno y ante todos
ellos, Padmasambhava adaptó la forma de su manifestación al modo en que mejor
podía servir la maduración de la conciencia de otros. Fue muchos, y hasta en
sueños supo ser quien debía para que pudieran verlo, aprendiendo en ello.
Reaparece en estos días un tema que al iniciar
este archivo fue motivo principal de interés. Se trata de las ocho
manifestaciones de Padmasambhava; bajo ocho formas distintas se reconoce a Gurú
Rinpoché -y en realidad, son algunas más las que muestra, aunque ocho sea el
número que se utiliza simbólicamente para designar su completa multiformidad.
Esa diversidad de formas debe entenderse como un rasgo básico de su verdadera
condición..
Hay algo que siento crecer en mi cada vez con
más fuerza, y es el derecho profundo que tenemos a ser tan distintos en nuestra
expresión ante los otros como lo fue él. La importancia del ejemplo que su
biografía nos ofrece me parece inmensa, pues da carta de naturaleza y santifica
un impulso que ha sido más bien proscrito en otras culturas y civilizaciones;
con honrosas excepciones. En general, se conmina a ser previsible, único y
unilateral; se pide que tengamos un solo rostro, una personalidad definida.
Padmasambhava mostró muchas para responder, eso sí, a una única motivación: la
compasión.
Padmasambhava apostó decididamente por ser
muchos distintos, y por presentarse en esa variedad de formas ante los demás
con la misma disposición compasiva siempre: pues aparecía de un modo u otro
según pudiera ser de más beneficio para sus distintos interlocutores en
momentos distintos. Ese es el desafío de su ejemplo, desde qué motivación hacer
nacer a la infinidad de personajes que escondemos, y para qué fin. Si la
motivación que impulsa el cambio externo y la mutación de la apariencia es la
voluntad de servir a lo que pueda beneficiar a otros, en realidad, estamos
siempre manteniendo firme el eje que nos sostiene. Aunque se aparezca airado,
quieres el bien para el otro; si muestras el rostro más dulce, quieres el bien
para el otro; si te retiras en silencio, quieres el bien para el otro. Y si
exhibes el poder del que dispones, quieres el bien para el otro, o si consigues
asustarlo en una aparición diabólica, quieres el bien para el otro. En cada
caso, en cada circunstancia y momento, según quien sea el interlocutor en cada
encuentro, Padmasambhava apareció según más convenía para que el otro pudiera
descubrir algo de sí mismo, y de la realidad del mundo, que le permitiera
realizar su verdadera condición y liberarse del sufrimiento. Al servicio de ese
propósito, Gurú Rinpoché ejerció su completa flexibilidad en sus distintas
manifestaciones públicas. Y algo así es legítimo contemplarlo para cada uno de
nosotros. Podemos ser tantos como somos, y la capacidad de diversificar el
registro con que nos mostramos ante los demás está a nuestro alcance. Nos
enriquece como humanos, y revela también la fragilidad de las identidades
monotónamente únicas con las que torpemente hemos sido instruidos a ordenar
nuestra vida.
Siendo muchos podemos ser mejor nosotros
mismos; y lo que subyace debajo de los distintos rostros con que podemos
mostrarnos es siempre ese vacío que no sabe querer para sí, sino que muta para
ponerse al servicio. Si no es así, si la motivación de nuestra diversidad
expresiva es otra, entonces el ejemplo de Padmasambhava ya no sirve. Y por si
se ha entendido de otro modo, habría que precisar que no hablamos de disfraces
ni simulaciones teatrales, sino de algo más profundo, que tiene que ver con un
dicho de la lengua castellana, aquello de "darle a cada uno lo suyo".
Se dice a veces en tono de amenaza, pero es también una forma de indicar
coloquialmente lo mismo que Padmasambhava realizó en sus variadas
manifestaciones: conviene dirigirse a los otros del modo en que mayor bien
reciban, darles el trato que merecen para que puedan descubrirse a sí mismos y
aprender. Las formas que eso puede exigir son muchas y distintas -no hablamos
por lo tanto de disfraces, sino de variaciones en el estilo de relación que nos
damos mutuamente. Y ser fiero a veces puede ser lo mejor para el otro; como
puede serlo la dulzura en su caso.
Resulta
emocionante y emociona ver la forma en la que el gesto establece la
comunicación de mente a mente. Pudiera ser saludo o reconocimiento, pero fundir
en un beso las frentes sella entre las mentes en juego un diálogo permanente
que nunca cesará del todo.
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